No puedo recordar el momento exacto cuando me di cuenta que
Vale había crecido, la primera vez que la empecé a mirar con otros ojos y no
solamente como mi primita molesta o pesada que siempre insistía en estar encima
mío.
El hecho de que tuviéramos 10 años de diferencia, yo ahora
con 29 recién cumplidos y ella casi 20 hizo que siempre la viera de esa forma,
al menos cuando éramos más chicos. Era la nena molesta que siempre quería jugar
con nosotros en Navidad pero no la dejábamos. Siendo un grupo de primos todos
de más o menos la misma edad y ella era única que desencajaba, esa situación se
daba seguido en las reuniones familiares.
Sin embargo, los tiempos en que se sentaba en mi regazo, me
pedía mis juguetes y se colgaba de mi cuello para que la levantara habían
quedado atrás. Ya no le interesaban las muñecas, los caballos y mirar
dibujitos. Ahora su vida estaba compuesta de lunes a viernes por la facultad y
el gimnasio y todos los fines de semana por un boliche nuevo junto con el grupo
de amigas que mantenía desde el colegio. La vida de alguien de 20 que tiene
ahora sus libertades y que por suerte aún no tiene la necesidad de salir a
trabajar.
El gimnasio era el factor que más me llamaba la atención.
Desde que terminó el colegio hacía ya un par de años, se había dedicado
intensamente a sus rutinas de entrenamiento. Estaba obsesionada con su cuerpo.
Comer bien, hacer mucho ejercicio y sobre todo lucir sus logros en Instagram
como estaba de moda. Vale era de esas chicas que tiene un perfil de Instagram
lleno de fotos suyas frente al espejo del baño, en el patio de su casa, en
algún lugar vistoso o simplemente una selfie, siempre con filtros y detalles
que claramente le llevaba una inversión de tiempo significativa. La mayoría de
esas fotos si bien eran “lindas” podían clasificarse como inocentes, pero una
vez por semana como mínimo subía una foto justo antes de ponerse a entrenar,
con unas calzas ajustadas, corpiño de entrenamiento y no mucho más que una
postura sugerente y la boca ligeramente acentuando sus labios. El típico
“patito” como le decían, pero sin exagerar, tenía la intensidad suficiente para
llamar la atención pero nada más.
Esas fotos vestida de esa forma, muchas veces de espalda
eran lo que me descolocaba completamente. Su cuerpo era sencillamente
delicioso. La típica “petite teen”. No era alguien con mucho pecho, era una chica
que si no usara corpiño sus pechos se marcarían en la remera pero no demasiado.
Una cinturita finita, sin un gramo de grasa, pancita plana y larga desde la
calza hasta el comienzo de su corpiño deportivo. Pero lo que más se destacaba,
lo que obviamente más trabajaba, era su cola. Sencillamente perfecta,
levantadita, redonda y sobresaliendo de su cintura. Una cola que no importa el
pantalón que usara, se destacaba y no había quien pudiera evitar mirarla, seas
hombre o mujer, tener esa cola delante te resultaba imposible resistirte. Se
iban los ojos y se hacía casi imposible disimular, por más que fuera por un
segundo. Quedabas hipnotizado.
La última vez que nos habíamos visto fue en mi cumpleaños.
Como yo vivía en un departamento chico de Palermo festejar en el mismo con un
grupo grande de personas se hacía difícil. Para todas las celebraciones, lo que
solíamos hacer era organizarnos para ir a la quinta que mis viejos tenían en
Pilar. Después de que yo me mudé y ellos se jubilaron, optaron por vender la
casita que teníamos en Belgrano y compraron con esa misma plata una casa quinta
en Pilar, que al estar lejos del centro de Buenos Aires les daba la posibilidad
de estar más tranquilos y en un espacio mucho más lindo y amplio.
La casa tenía varias habitaciones, 2 baños completos, un
toilette, un living enorme con un hogar a leña, una parrilla en el patio y lo
más importante un pileta grande en medio del amplio jardín. Todo esto la hacía
el lugar ideal para las reuniones familiares.
Si bien nuestra relación siempre fue buena y amistosa, el
día de la celebración hubo algo que me llamó la atención. Vale parecía estar
muy atenta a todo lo que yo hacía y no parecía que fuera solo por ser el
agasajado. Se sentó al lado mío en la mesa, se reía de cada uno de mis
comentarios y varias veces la descubrí mirándome a la distancia.
Todo esa situación, me hizo recordar que un par de años
atrás había pasado algo similar. Dos o tres veces seguidas en reuniones
familiares ella se mostraba especialmente atenta a lo que yo hacía o decía.
Creo que fue por esa época cuando empecé a prestarle más atención y mirarla más
como mujer que como mi primita. Comentarios como “siempre me haces llorar de la
risa primo” o “estás entrenando más? Se nota” se repitieron en esas reuniones y
también sonaron esta vez.
Lo único que tenían en común estos dos periodos es que
coincidían con mi tiempo sin estar de novio. Hacía muy poco que había cortado
con Romina, la chica con la que estuve más de 2 años y que después de 4 meses
de convivencia decidimos terminar. Vale siempre se llevó muy bien con ella.
Siempre se esforzó por caerle bien y llenarla de cumplidos, pero ahora que
Romina no estaba, sentía que mi prima se esforzaba por estar mucho más cerca
mío que antes.
El plan para el día era sencillo, todos llegaron cerca del
mediodía listos para comer el asado que mi viejo desde temprano estaba
preparando en la parrilla. Después de comer, brindar y charlar un rato la idea
era relajarnos en y alrededor de la pileta.
Yo me había llevado un traje de baño para cambiarme antes de
ese momento así que después de ayudar a mis tías a levantar las cosas que
habían quedado en la mesa, me fui a uno de los baños de arriba para cambiarme.
Me saqué la remera, el pantalón y el boxer. Aproveche el
momento para mirarme en el espejo. La verdad que el último par de meses desde
que había terminado con Romina me había vuelto a enfocar en el ejercicio.
Estaba saliendo a correr casi todos los días y yendo al gimnasio 3 veces por
semana. Comparado con lo que venía haciendo era un incremento de actividad
importante y mi cuerpo ya lo demostraba. Si bien no era un modelo de ropa
interior, mis brazos estaban claramente marcados, mis abdominales se empezaban
a notar ligeramente y tanto mis piernas como mi pecho tenían el volumen típico
de alguien que entrena regularmente.
Estaba medio perdido mirándome en el espejo y quizás por eso
no escuche cuando golpearon a la puerta. Si es que realmente habían golpeado.
Casi no tuve tiempo de agarrar el traje de baño para taparme cuando Vale
irrumpió en el baño.
-
Ay! Perdón! Pensé que no había nadie! – dijo al
verme en esa situación. Sin embargo por más efusiva que fue su disculpa, tardo
lo que pareció una eternidad en volver a cerrar la puerta y salir del baño.
Podría jurar que antes de hacerlo se detuvo un par de segundos a mirarme y
sacar una foto mental de la situación.
Igualmente, era culpa mía, si no hubiera estado tan
distraído mirándome como un tarado en el espejo, ya estaría totalmente cambiado
y listo para ir a la pileta.
Terminé de cambiarme, me puse la maya, una musculosa ligera,
metí la ropa que me saqué dentro de la mochila y salí del baño. Justo afuera,
en el pasillo y apoyada de espaldas contra la pared estaba mi prima. Todavía
vestida como había llegado, con su remerita holgada sin mangas, un collar largo
colgando de su cuello, el cual terminaba con una piedra que parecía una gota
transparente golpeando justo debajo de su pecho y una mochilita super pequeña
en la espalda. Abajo solo tenía un pantaloncito de jean corto, de esos que
parece que recortaron con una tijera y sin mucho cuidado justo después de que
termina la cola.
Me tomé dos segundos para verla en esa posición. Ligeramente
apoyada contra la pared, las dos manos agarradas detrás de la espalda y sus
piernas largas y juveniles cruzadas. Parecía una foto sacada de un catalogo de
ropa, esas que no sabes si te están intentando vender ropa o publicitar lo
linda que es la modelo. Vale podría haber hecho ese trabajo sin problemas, por
que no solo su cuerpo era el de una modelo si no que su cara era un atributo
que invitaba a sonreírle. Piel lisa sin imperfecciones, una boquita sugerente
con labios bien definidos, una nariz levemente pequeña que acompañaba la forma
de su cara y un pequeño lunar justo arriba de sus labios, del lado derecho. Era
una cara dulce que cuando sonreía la hacía resaltar todavía más sus atributos.
-
Perdón primo! No sabía que te estabas cambiando.
-
No hay problema, se ve que no escuche cuando
golpeaste.
-
Si… - Sus ojos me desviaron la mirada por un
segundo, como queriendo ocultarme algo. – Perdón.
-
Ya podes pasar, yo me voy para la pileta, la
verdad que con este calor, desde que llegué que tengo ganas de estar en el
agua. – dije intentando cambiar el tema y dejar atrás lo que había pasado.
Vale paso por al lado mío ofreciéndome una sonrisa un poco
nerviosa. Me miró a los ojos pero parecía estar haciéndolo medio forzada.
Claramente todavía un poco avergonzada por lo que había pasado.
No había dado dos pasos en el pasillo cuando la escuche decirme
algo desde la puerta del baño.
-
Me cambio y bajo… Espero que no me pase como a
vos y me logre cambiar sin que nadie entre justo cuando estoy sin ropa.
Estaba de espaldas cuando lo dijo, pero ese comentario me
dejó medio descolocado, frené en seco y me di vuelta instintivamente cuando la
escuché hablar. Pero para cuando terminó de decir eso, cuando yo terminé de
darme vuelta, lo único que llegué a ver fue a ella cerrando la puerta del baño con
una sonrisa en la cara. No sé si fue mi imaginación o qué, pero podría jurar
que se estaba mordiendo el labio inferior levemente mientras sonreía. Se me
quedó la imagen completamente grabada en la cabeza. Tardé unos 5 segundos en
reaccionar y empezar a moverme de nuevo para retomar mi recorrido hacía la
escalera que conducía a la planta baja.
Para cuando salí al patio, varios de mis primos estaban
dentro de la pileta charlando y tomando una cerveza. Mis tías estaban en las
reposeras tomando sol y mi viejo estaba limpiando la parrilla mientras
conversaba con mi Tío Rubén, el papá de Valeria. Siempre fueron muy unidos, al
ser los únicos dos hijos que habían tenido mis abuelos y tener solo un año y
medio de diferencia, su relación tan cercana había traído aparejado que
nuestras familias se vieran seguido, no solo para cumpleaños y eventos
especiales. Incluso cuando éramos más chicos solíamos ir de vacaciones juntos.
Mis tíos, mis viejos y mis primas, Valeria y Sofía que tenía mi misma edad.
El resto de la familia extendida estaba compuesta por las
dos hermanas de mi mamá. Sandra, la única de la familia sin estar casada, Mirta
que estaba casada con Juan y tenían dos hijos, Pablo de 32 y David de 28 y
nadie más. Todos mis abuelos habían fallecido cuando yo era muy chico, más allá
de algún recuerdo poco claro, no tengo memoria de ellos. Por suerte todo el
resto había podido asistir a mi cumpleaños.
Decidí agarrar una cerveza de la nevera portátil que habían
puesto mis primos al borde de la pileta y sentarme al lado de ellos para
charlar un poco y empezar a mojarme los pies.
No habían pasado ni cinco minutos cuando vi aparecer a Vale
en el jardín acercándose a la pileta. En la parte superior solo tenía puesto el
corpiño del bikini y abajo un pareo que le llegaba hasta la rodilla. En cuanto
llegó a una de las reposeras, quedó de espaldas a la pileta, dejó la mochilita
y se quitó el pareo muy despacio. Fue como una descarga eléctrica. La parte
baja del bikini era algo que casi clasificaba como una tanguita. Super finita
de atrás, casi un hilo que tenía un triangulito en la parte superior del
centro, pero no dejaba nada a la imaginación.
Si, me había fijado en ella desde hace un tiempo. Reconocía que era una chica linda, atractiva, sensual. Pero esto era algo más. Estaba excitado. Me estaba sintiendo sexualmente atraído hacia Vale. Mi primita.
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